06 agosto 2024

Proverbios 1:8, 9 NVI

“Hijo mío, escucha las correcciones de tu padre y no abandones las enseñanzas de tu madre. Adornarán tu cabeza como una diadema; adornarán tu cuello como un collar”. Proverbios 1:8, 9 NVI

Si bien nuestros padres no eran diestros en eso de aplicar la disciplina y la corrección, sus buenas intenciones y su amor para con nosotros fueron indiscutibles.

Cierto, algunas veces fueron un poco desmesurados y un tanto violentos al momento de aplicar la vara, pero detrás de todo estaba el deseo de que aprendiéramos a portarnos bien todo el tiempo para que más adelante en nuestra vida no nos metiéramos en graves problemas.

Otras veces cometieron errores -como también los cometemos nosotros- dejándose llevar por las emociones y no por la razón al momento de administrar una corrección a nuestra mala conducta.

En todo caso, somos testimonio vivo de que la disciplina aplicada oportunamente y proporcional a la falta dio resultados positivos en nuestras vidas.

Por supuesto, no fue hasta que nosotros mismos nos convertimos en padres y nos tocó lidiar con esas malcriadas, hiperactivas, manipuladoras e incansables criaturas que nos tocó tener por hijos (sólo estaba bromeando, los hijos son una gran bendición), es que nos pudimos dar cuenta de la razón de muchas cosas relacionadas con la disciplina.

Lo que tenemos que entender ahora que somos grandecitos es que aún necesitamos ser disciplinados y corregidos porque todavía nos falta mucho para alcanzar la perfección que Dios demanda de sus hijos.

Ahora le toca a nuestro Padre celestial disciplinarnos de la manera más amorosa posible, pero con justicia y verdad para nuestro bien, a fin de que participemos de su santidad y para producir después una cosecha de justicia y paz para quienes han sido entrenados por ella, tal como nos lo indicó el autor de la carta a los Hebreos.

Renovemos, el entusiasmo y marchemos adelante porque Dios mismo se encarga de nuestra corrección y de nuestro cuidado de manera perfecta.

Amén.



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